lunes, 10 de febrero de 2014

La abuela infértil



Me entristece la perspectiva de que mis
padres me vean hacerme mayor. No sólo el hijo asiste
al envejecimiento de los padres, lo que ya es bastante doloroso,
es que éstos asisten al del hijo, que es peor.
Elise Plain


La historia de una madre que siempre acunó a sus hijos. Se sacrifico quizás demasiado por ellos. Atribulada permanecía atenta a su respiración. Sabía de sus debilidades y desgracias. Envolvió su cuerpo en semillas.

Enterró sus propias manos y pies esperando el fruto. Pequeños tubérculos infructuosos. Cuatro vástagos que degeneraron el amor en podredumbre.

La madre ya no podía moverse. Se convirtió en una astilla anclada en la tierra. Ya sin hojas, sin raíces y sin frutos. 

La madre no volvió a tener brazos en los que acuñar retoños. No quiso levantar la voz. Nadie le había enseñado.

Expectante ansiaba la lluvia pero sólo conocía la sequía.

Se escapan los días y no habrá cosecha.


1 comentario:

  1. Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido, en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora de mí, se entristece de mí. ¿Qué falta hará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuanto más se acaban, más se aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo de mi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo! Mi adiós partió de un punto de su ser, más externo que el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazo de mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mi madre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tres llamas. Le digo entonces hasta que me callo:

    -Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande.

    (El buen sentido, César Vallejo)

    ResponderEliminar